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viernes, 16 de enero de 2009

Arroz con bacalao

Debo decir en honor a la verdad, y, creo que nunca es tarde, aún no lo he comentado, que mi escuela de cocina fue en un 90% la de mi suegra, que, lógicamente, en paz descansa ya (murió con 94 años, hace ya más de veinte, o sea, que también como he dicho antes, nunca es tarde para rendirle recuerdo, habida cuenta de que de su cocina se está nutriendo en gran medida este blog). Salí con 19 años del internado, con mi título de enfermera bajo el brazo, a mi casa, claro está, donde vivían mis hermanas y hermanos con mi madre, que fue la que tuvo la buena y feliz idea de, ya que sus medios eran muy escasos, como quedó indicado en la entrada de este blog titulada "cordero de Morón", internarme a los ocho años en un colegio para huérfanos y huérfanas, el Hospicio de San Luis, preocupada tanto por mi formación como lógicamente por intentar encontrar un alivio en la economía familiar. A mis hermanas también les ofreció la posibilidad, pero andaban ya "moceando" y entiendo que el cambio les resultara más didicl de llevar, por lo cual se negaron completamente.
Yo, aunque aún era muy niña, acepté la posibilidad encantada, y aunque echara de menos el ambiente familiar, viví mis años de colegio feliz y risueña, como desde pequeñita siempre demostré ser, pues me encantaba cantar y bailar Para ilustrar esto que aseguro les comentaré que me iba detrás de los pianillos que por entonces paseaban por las calles de Sevilla acompañando al instrumentista cantando todas las canciones de la época, esto con cinco o seis años. Recuerdo cómo me escapaba a la esquina de la Calle Amor de Dios donde tenía una academia de baile Realito, y allí subida a la ventana, agarrada a las rejas, contemplaba a través de los cristales cómo bailaban los pupilos de tan afamado maestro, fascinada por el musical empeño que los brazos y las manos seguían, y los volantes, y los tejidos de los vestidos rizando el aire, de suerte que se me asemejaba que los ritmos y las melodías salían de las manos y los brazos y los pies de los bailarines que allí aprendían.
Y supongo que de algo me empapé.
Imagino que mi madre "adivinó" también que en el colegio internada me hallaría más "a salvo", ahora que lo pienso, pues con una chiquilla con ese espíritu tan vivaz y abierto no debería andar muy tranquila.
El caso es que en el colegio, entre mis (yo las lllamo, "mis") monjas de la Caridad a las que siempre estaré agradecida, fui feliz, tal vez porque era una niña conformista y alegre, pero tal vez también porque ellas supieron velar por el carácter de la alumna interna que era yo.
Total que cuando salí, no sabía ni freir un huevo. Bordar sí, y muy bien, y con mis estudios, y trabajo, de enfermera bajo el brazo, como dije más arriba. Así que sirviendo de sostén y ayuda a la economía de mi hogar maternal, nunca tuve la oportunidad de meterme en la cocina, de forma que cuando me casé, y como se estilaba bajo la dictadura franquista, tuve que dejar de trabajar, no hubo más remedio que sustituir el blanco y almidonado delantal de mi profesión de enfermería, que mis hermans planchaban con esmerada devoción, por otro más adecuado para las labores de una cocina familiar, al lado de mi suegra, Doña Lola (la casualidad, nos llamábamos igual. Bueno, exactamente igual no, ella era "María Dolores", yo Dolores a secas).
Fue una gran cocinera, y como he comentado anteriormente, este blog se alimenta en una gran parte de los conocimientos que adquirí al lado de ella.

Este arroz de hoy deriva directamente de sus manos y conocimiento ( y talante, todo hay que decirlo).


Ingredientes para tres o cuatro personas:

- 400 gr de bacalao salado
- un vaso de medida de agua de arroz ( el más común)
- 4 ò 5 patatas medianitas
- un pimiento verde
- un par de ajos
- Colorante alimentario y unas hebritas de azafrán

En primer lugar pondremos en remojo el bacalao para desalarlo que debará estar así unas 12 horas (si menos, habrá que cambiarle el agua un par de veces).
Cuando ya tengamos el bacalao desalado, lo desmigaremos. A continuación picaremos en la sartén donde vayamos a terminar el arroz un par de ajos en rodajas y un pimiento verde bien cortado (pero no mucho, para que se distingan bien después su color sobre el amarillo general del arroz). Añadiremos el bacalao y rehogaremos un poco hasta que observemos que el agua que destila se evapora.
Podemos parar y dejarlo ahí hasta que vayamos a añadir el arroz para el momento de comer.
Mientras pelaremos las patatas y la trocearemos en daditos y las dejaremos cubiertas con agua fría.

Cuando vayamos a hacer el arroz volcaremos las patatas escurridas sobre el bacalao, a continuación el vaso de arroz, moveremos un poco con la cuchara de madera y enseguida agregaremos el agua, como ya todos ustedes saben, el doble de la medida de arroz, es decir, en esta ocasión dos. Llevaremos a punto de ebullición y enseguida taparemos y pondremos bajo el fuego. Sal, ninguna, pues ya la aporta el bacalao. Esperaremos 15 minutos y apagaremos la candela. A la vez que se ha ido cociendo el arroz, los trocitos de patata se habrán puesto tiernos (por esto es importante cortarlos bien en su medida, como un dado de centíimetro y medio por cada una de sus aristas aproximadamente)
El arroz debe estar en su punto, suelto y seco, si conservara algo de líquido recomiendo destaparlo para esperar los minutos de rigor antes de servir un guiso de arroz.
¡Ah!, se me olvidaba, unos granitos de pimienta al principio, eso siempre en todos mis guisos.
Disfrutarán de un sabrosísima preparación además de que será un deleite para la vista, ya saben, amarillo con unas pinceladas de verde.
Auqellas personas a las que les gusta más el arroz con una apariencia más melosa, en vez de ajos, o acompañándolos, utilizarán uca cebolla para el sofrito, pues ésta es la que favorece esa particular presencia. Mi suegra se negaba en redondo a cocinar un arroz utilizándola.
Añado esa fotografía porque aunque sea sólo por el título, le rinde exacto homenaje a mi suegra. Coqueta fue, y guapa, hasta el último día de su vida.


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