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martes, 17 de marzo de 2009

Sangre encebollada

Amigos míos, en cuanto mi hija, la que se encarga de las fotos, se ha enterado de que en la receta de hoy iba a nombrar a la sangre, le ha faltado tiempo para enviarme ésta que les enseño, empeñada en que se las muestre, y yo hago lo que me sugiere, porque como todos ustedes saben, llega un momento en la vida en la que somos los padres los que debemos hacer caso de lo que nos digan nuestros hijos.


Ahí me ven, ya bien cumplidos los cuarenta, ejerciendo mis labores de enfermera en el laboratorio del, en ese momento casi recién inaugurado, Hospital Infantil de la Ciudad Sanitaria Virgen del Rocío de Sevilla.
Antes, como todos saben ya, había pasado por mi servicio en la unidad de prematuros, como pueden comprobar en ésta.


Previamente había estado dedicada a la crianza y educación de mis tres primeros retoños, pero en años anteriores, antes de que me casara, anduve por el Laboratorio de Química de lo que entonces se conocía como Hospital de García Morato (que fue el núcleo primigenio de la actual ciudad sanitaria). Ahí pueden comprobarlo.


Con mi fiel compañero, el microscopio, que nos ayuda a poder ver las cositas pequeñas, que no por menor tamaño son menos importantes, sino tal vez todo lo contrario. Cinco años permanecí allí.
Y en esta otra,


en la que como pueden comprobar aparezco siendo muy jovencita, diecinueve años recién cumplidos, 2 de febrero de 1954, no se me olvida, la fecha en que nevó en Sevilla, junto a algunas compañeras y compañeros. Acababa de empezar mi andadura profesional, por eso, a diferencia de las otras, aún no voy vestida con la bonita y abrigada capa que formaba parte del uniforme (aún no me lo habían dado, yo soy la que se ve vestida de blanco).
Esta fotografía se sitúa delante de lo que entonces se conocía como Hospital General de Sevilla, antiguo Hospital de la sangre (un edificio del siglo XVI, construido en época de los RRCC), y actualmente sede del Parlamento andaluz. Trabajábamos en el servicio de tranfusiones que se hallaba localizado en la la entrada del citado edificio. Por entonces, queridos amigos, no existía el grado de conciencia y solidaridad social que habita hoy en día, de tal forma que para lograr contar con la necesaria sangre en los hospitales se acudía casi a cualquier tipo de artimaña más o menos inocente. Las enfermeras íbamos muy atractivamente uniformadas, con zapatos de tacones altos y punta fina, delantales blancos muy bien almidonados, un corpiño gris que nos remarcaba la siueta y, en vez de cofia o gorrito, una bonita redecilla estilo goyesca para sujetarnos el cabello, lo cual, claro, redundaba en favorecer la presencia de espontáneos donantes de sangre, a los que además se les pagaba con la nada desconsiderable cantidad de 250 pesetas de aquellos tiempos, más un bocadillo. Por otro lado, cuando un paciente era ingresado por cualquier circunstancia, se aprovechaba para pedir a los parientes del mismo una donación con la excusa (verdadera o no) de que su familiar necesitaba sangre. Hasta aquí todo más o menos normal teniendo en cuenta que era primordial contar con el rojo bien en los hospitales y que por tanto, una mentirijilla que contribuyera al abastecimiento de las reservas, podía ser pasada por alto dada la falta de concienciación de la sociedad de entonces.
Pues bien, como les iba contando duré sólo dos años en aquel servicio de transfusiones, porque pedí el traslado cuando pude observar la cantidad de tropelías debidas a la falta de ética de algunos profedionales responsables del servicio en cuestión, las cuales me llegaron a producir verdadero asco. Por aquel entonces no se trabajaba aún con el factor Rh en la clasificación de las sangres, sólo hablábamos de sangres "buenas" o sangres "malas". El caso es, y créanme que es completamente cierto, que con esos remanentes de sangre depositada, determinados responsables hacían lo que querían para beneficiar a su economía particular. Apartaban lo que conocíamos como sangre buena para sus pacientes privados. Cobraban por cada tranfusión que fuera necesaria hacer hasta mil pesetas, iban al domicilio en concreto y allá realizaban la transfusión con la ayuda, claro, porque ellos no "pinchaban", de una enfermera, a la que pagaban cincuenta pesetas (yo sólo fui una vez, siempre intentaba eludir ese "trabajo") y que como eran sus subordinadas no podían hacer más que obedecer, de tal forma que el depósito del hospital, que por entonces pertenecía a la diputación sevillana, estaba mayormente compuesto sólo por lo conocido como sangre mala, con lo cual, los pacientes que acudían al mismo, es decir, los pacientes con menos o ningún recurso económico, la mayoría de las veces no podían ser transfundidos en condiciones o con garantías de éxito.
Anoten la barbaridad.
Me fui, no podía soportar aquello.
Les cuento todo esto sólo para ilustrarles el hecho que no todo tiempo pasado fue mejor. A veces hay que recordar momentos desgradables para así poder observar como hemos progresado, en todos los niveles, porque si bien la corrupción, siempre anclada al servicio de la búsqueda personal de beneficios, es una negativa cualidad que exorna la vertiente social del ser humano independientemente de los momentos históricos que se vivan, al menos hoy puede ser conocida, y aún más, denunciada, con lo cual, puede ser poco a poco erradicada como práctica habitual. Podemos hacer algo. Pero ya ven que por aquellos tiempos, además de una gran falta de ética observable en algunos profesionales (no hablaré de falta de ética en los organismos públicos, los organismos públicos son sólo cosas. La ética que ellos presenten sólo será aquella que porten los seres humanos que de él dependan o en ellos trabajen) existía un bajo grado de conciencia social, connevida, claro está, por el régimen, franquista, que soportábamos.
Este país ha cambiado (y el mundo en general) y para bien, aunque muchos intenten todavía convencer al resto de todo lo contrario. Aunque sí es verdad, aún queda mucho por hacer.

Así que dispongámonos a realizar nuestra receta de hoy, que como es sangre acompañada de cebolla, y ésta endulza y suaviza, digo yo que tal vez ayudemos hacer buenas las malas sangres que algunos seres humanos llevan dentro, ¿no les parece? Pues ahí vamos.

Ingredientes:

- 1 kg. de sangre de pollo, de la que ya venden cuajada en cualquier establecimiento, fresca. No se les ocurra nunca congelarla porque pierde todo su sutil y fino tacto al paladar y se convierte en una sustancia harinosa y grumosa. No es que nos vayamos a morir al comerla, todos sabemos que lo que no mata, engorda. Pero no resulta agradable, simplemente porque no es lo suyo ni, por tanto, lo que esperaríamos de ella.
- 1 kg. de patatas, crudas, normales, de las que sirven lo mismo para freir que para cocer.
- 1 kg. de cebollas, de las de piel blanca o piel anaranjada, cualquiera.

Podemos empezar por donde queramos, pero les aconsejo el siguiente orden. Pelen y partan las patatas en rodajitas más o menos finitas (como de medio centímetro de grosor) y déjenlas en remojo este ratito.
Después pelen y partan las cebollas al hilo del gajo, también como de medio en medio centímetro. Yo es que no uso la tabla de cortar, amigos, lo corto todo en las manos. Sí, así es, tal como imaginan, que algún que otro corte me he hecho de vez en cuando, pero muy leve, y es que no es mi forma usar tantas tablas y cuchillos, aunque comprendo que esas disposiciones se hallen más en los caballeros, no sé bien por qué, si porque les gusta ensuciar cacharros pudiéndoselo ahorrar, o porque de verdad como dicen, habita en ellos más asentadamente que en las mujeres el arte de la cocina. Pudiera ser que en las mujeres habitara menos el arte, o la profesión, porque se han dedicado hasta ahora y desde tiempo inmemorial a dar de comer sin cobrar por ello a cambio más que el beneficio de ver en la salud y crecimiento de los suyos, ¿no creen?... Pudiera ser.
Sigamos. Preparen una sartén con un par de dedos de aceite (girasol u oliva, es opcional). En él freiremos la cebollas ya cortadas, a ritmo normal, es decir, con fuego altito y moviéndolas de vez en cuando para que se doren todas por igual.
A la vez podemos ir friendo las patatas en una freidora, bien eléctrica, bien de modelo para el fuego. Las habremos sazonado un poco previamente. Al igual que con las cebollas procuraremos que se frían bien. No se trata de "cocerlas" en el aceite, o como ahora dicen, "confitar". No, nosotros freiremos. Así, entre otras cosas, evitaremos que el ingrediente resultante se convierta en un trozo de lo que sea que hagamos más dos litros de aceite del que se ha empapado mediante el proceso de confitar. En este caso, al menos, ni nos interesa, ni nos aporta nada que no vayamos a obtener después, es decir, el reblandecimiento externo de la patata frita.

Mientras estos ingredientes se van friendo podemos ir cortando la sangre en taquitos, de un centímetro y medio aproximadamente (para esto sí uso la tabla). Les añadiremos a las porciones un poquito de sal gorda por encima y cuando hayamos acabado de freir la cebolla iremos echando los trocitos de sangre, poquito a poco, puñado a puñado. Se fríen enseguida, unos minutitos para que varíen de color (se tornan a más oscuro) y los iremos extrayendo y depositando en un plato cubierto con papel de cocina.
Una vez tenemos ya todos los ingredientes pasados por el aceite, los combinaremos en un recipiente a ser posible de material antiadherente, primero las cebollas, después las patatas y después la sangre, pondremos al fuego bajito y removeremos unos minutitos, el tiempo para qu todo se mezcle bien ayudadas por una cuchara de madera, sin miedo a que la patata se rompa, pero tampoco haciendo nada porque se deshaga. Simplemente con el ligero movimiento que le daremos ayudados por nuestra cuchara de palo, todos los ingredientes se mezclarán entre sí y de esta forma lograremos un riquísimo y suatancioso plato muy típico por otro lado de la cocina sevillana.
Como ven resulta muy sencillo de elaborar, ya lo tienen listo para servir. Sólo deben tener la precaución de salar moderadamente la sangre y las patatas antes de freírlas, pues como han visto, luego las juntamos.
Resulta curioso comprobar cómo ilustra el conocimiento popular al que se refiere, ahora que recuerdo, un conocido chiste , aquél que alude a que la cebolla es buena para la circulación, ... de la sangre.
Me pide mi hija que acompañe el final de la receta de hoy con esta fotografía



y que yo aprovecho para decirles que sabiendo mirar, hasta en las piedras se puede encontrar buena sangre (la fotografía se titula "La sangre de las piedras"), roja, azul y del color que deseemos. Y yo bien que la disfruto ahora, porque aunque siempre me he vanagloriado de poseer vista de lince (aunque no sea ese animal), acabo de operarme de cataratas. Les confieso que yo no notaba nada "antes de", veía como siempre, cosía, leía, etc, con mis gafas para presbicia y ya está. Pero es que desde que me han operado, ¡válgame dios!, ¡qué milagro cromático me estaba perdiendo! Se me asemeja ahora cualquier cosa que veo a un esmalte de bellísimos y saturados colores. La vista, amigos míos, es un maravilloso don, siempre que percibamos que estamos viendo, claro, como siempre y como todo en la vida. Si no es tanto, pero peor, como estar ciegos, porque encima, además de no poder ver, estamos siendo insensibles con nosotros mismos y nuestros semejantes.
Ahora con mi vista "nueva" me siento como esa Loli que les enseño abajo, abriéndole las puertas a la luz.
Que ustedes la disfruten, amigos, nuestra buena sangre encebollada, a la que hemos ayudado a ser mejor con nuestro arte en la cocina, y la luz, y sobre todo sepan qué hacer con ella si tienen el don de poderla percibir, con microscopios o sin ellos.


3 comentarios:

Carlos Serra dijo...

Doña Loli:

Esta usted simplemente hermosa en esas fotos. Y si le digo la verdad, me acabo de enamorar de la "cuarentona" que aparece en color.

Espero que no crea que la apreciación de su belleza física hiciere desmerecer la calidad literaria de sus entradas en este blog.

Sinceramente suyo.

videos humor dijo...

cuando vi el titulo me dio curiosidad jejeje....muy bueno!

crazy juegos dijo...

Wowww gracias por este articulo, saludos!