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miércoles, 4 de febrero de 2009

Patatas aliñás, o patatas enamoradas.

... Y seguimos con las patatas.
Como siempre suelo decir, hay muchas formas de hacer un aliño de patatas, pero de concebir unas patatas aliñadas, sólo una, créanme, y es ésta que hoy vamos a preparar. La receta, como otras tantas que voy reflejando aquí es tan sencilla que asusta un poquito, sobre todo a mí, porque digo yo que tanto hacer recetas sencillas tal vez eso suponga que no sea tan buena cocinera como me estiman mis allegados. ¿O no? ¿o no es cierto en realidad aquello de que mientras más complicado más mérito tiene la creación de lo que hagamos?...en fin, yo me dejo de filosofías que no conducen a nada y lo que sí puedo decirles es que resultará raro que encuentren esta forma de hacer unas patatas aliñadas. Aliños con patatas, sí, y millones, depende de los ingredientes con los que las acompañen, claro está, que si tomate que si pimiento, que si atún, en fin, y así, todas las variables que se nos ocurran. Pero esas preparaciones no pueden ser llamadas de esta forma, Patatas aliñás.
No sé por qué siempre las relaciono con la temporada de Carnaval, pudiera ser que porque empiezan a aparecer en el mercado las patatitas nuevas, esas tan lindas y blanquitas que poseen una piel tan delicada y finita. Pudiera ser por ello mismo. Como la he recordado, se la transcribo acompañándola de esa fotografía donde mi marido y yo aparecemos en uno de los escasos bailes de carnaval que por aquel entonces se daban en Sevilla. Escasos por la época (dictadura franquista) y escaso también porque ciertamente en Sevilla no ha existido nunca mucha tradición carnavalera. Tal vez porque ya tenemos bastante con disfrazarnos de flamenca por la Feria o de Nazareno por la Semana Santa, ¿no? (por cierto aquí les dejo el enlace a un blog sobre la semana santa de Sevilla que ha hecho una de mis hijas, estoy segura de que me entienden, siempre hay que velar por la progenie de una, por muy mayores que sean, éste)... y como iba diciendo, tal vez por esa causa que les digo el carnaval de Sevilla ha sido siempre un poco, y un mucho, el carnaval de Cádiz, ciudad cercana a ella. La división política en provincias hecha en el SXIX pudiera ser que no reflejara muy a las claras los sentires de los pueblos, como siempre suele suceder una vez que se establecen fronteras.
Como les digo, ahí pueden vernos, al aún por entonces ni novio mío, él disfrazado de romano, bueno, de Nerón, como él siempre decía, y yo de pintora, porque tuve que fabricarme el disfraz muy rápidamente, ya que llegó a mis oidos a través de una amiga que "su pandilla" (la de mi futuro marido, Carlos) iba a ese baile. Así que cuando volví del trabajo ( de enfermera, ya lo saben), como pude me fabriqué el disfraz, pues ya andaba bebiendo los vientos por ese bajito y medio calvo muchacho, pero guapísimo, eso sí, y tenía que aprovechar la oportunidad.

Ahí nos ven, el sujetándome y yo sujetándome a la columna, no fuera a ser que me llevaran los vendavales de mi enamoramiento, con más miedo los dos que siete viejas, porque como nos observan, ninguno nos miramos a la cara, ¿verdad?...las cosas de los pre-amores.

Y no, no creo que en ese baile comiéramos patatas aliñás, pero como a mi marido también le gustaban mucho como yo las hacía, pues como si hubiera sido así.

Vayamos a nuestra receta que estoy segura de que les sorprenderá, cuando la lean, y cuando la realizan en sus hogares, por buenísimas que están de esta forma preparada.

Ingredientes:

-1 kilo ( o dos, depende la cantidad que queramos hacer, claro está) de patatas nuevas, de las medianitas tirando a pequeñas y que sean más o menos del mismo tamaño todas
-1 apio verde (Ésta es la clave, amén de que estamos en temporada de este gustosísimo fruto del huerto)
- unas cebolletas frescas o una cebolla mediana blanca
- un par de huevos duros o cocidos.
- perejil
- aceite de oliva virgen extra, vinagre y sal

Comprobarán que sus ingredientes son escasos, pero es que les garantizo que una buena patata no necesita más. Yo creo que éste fue el verdadero oro de las Américas, éste y el tomate, por supuesto (bueno, y Obama también, oro negro, como el petróleo de escaso, pero mucho más positivo para el mundo)

Pongan a cocer las patatas ya lavadas con su piel (esto es muy importante, tenemos que cocerlas con su piel) de la forma que estimen oportuna. Doy la medida del tiempo en olla a presión, unos diez minutos según el tamaño que yo preconcibo, pero como todos los cocineros somos sabios, cada uno estimará el tiempo según con lo que cuente.
Una vez cocidas (pincharemos una de ellas con un tenedor pequeñito, si no sentimos que cruje ni por la zona más interior de la patata es que ya están) las extraemos para que se cuelen o escurran. Esperamos un poco pues tendremos que pelarlas con las manos, y aunque resulta una labor sencilla, corremos el peligro de quedarnos sin huella dactilares si no se enfrían un poco, pero sólo un poco. Debemos hacer toda la preparación en caliente, para que la patata no adquiera esa apariencia recia al paladar a la que tan propicia es.
Una vez peladas las cortamos en rodajas como de un centímtero de grosor, o un poquito menos. A continuación le picamos cada penca del apio (que habremos lavado con abundante agua y pelado para quitarle los hilitos tan caracterísiticos de esta verdura) en trocitos de un centímetro más o menos también, y no tengan miedo de echarles las hojitas, las más pequeñas al menos. Después la cebolla, a continuación un abundante ramo de perejil y como remate los huevos duros cortados en rodajas. Añadiremos la sal, el vinagre y el aceite (por ese orden, si añadimos primero el aceite, como su presencia es untuosa y cubriente, nos costará más que la sal y el vinagre empapen bien a las patatas. Esta recomendación se la hago para cualquier tipo de aliño que preparen. Yo no bato las llamadas vinagretas en un cacharrito aparte como suelen hacer en la tele. Me gusta echarlo todo sobre los ingredientes cada uno en su orden).
Y ya está todo listo.
Sólo nos queda remover, eso sí con bastante cuidado para que la patata se rompa lo menos posible, y entretenernos en despegar alguna que otra rodaja de la compañera, pues por el almidón que contienen, las patatas tienden a estar siempre juntitas (como los enamorados, fíjense ustedes qué casualidad, ¡ahora caigo que por estas fechas está cercano el día de los enamorados!). Una vez removidas , meteremos el recipiente en el frigorífico, bien tapado, para que el frío no queme a nuestras bonitas patatas (verde y casi blanca es nuestra preparación, como la bandera de Andalucía, casi ná, blanco de la paz y verde de la esperanza...por cierto que el día de Andalucía es 14 días después del 14 de febrero que es el día de los enamorados, o sea el 28...no, si yo les digo que cuando algo se hace con el corazón, es que todo encaja,.. y para muestra este botón).
En fin, disculpen el paréntesis y sigamos.
Cuando las vayamos a consumir tendremos que probarlas otra vez, pues es probable que hayan quedado algo sosas y hasta un poco secas. Así que de nuevo reptiremos el aliño ya muy ligerito. Si por casualidad nos pasamos en el vinagre o en la sal, no pasa nada, le añadiremos un chorrito de agua y moveremos otra vez. La patata lo absorbe todo muy bien, además de la yema cocida del huevo, y mientras más líquido tengan, mejor conseguiremos la presencia de esa salsita que las acompaña que tan deliciosa resulta al paladar, adobada ya a su vez por los sabores del apio, el perejil y la cebolleta.
Y como comprobarán he tenido que cambiar el título de la receta, aunque ya no sé también si ponerle patatas andaluzas, visto lo visto.
Bueno, yo creo que nombremos como las nombremos las recordaremos con tanta pasión una vez que las probemos que ya no querremos otro tipo de patatas aliñás. Y si no me creen, compruébenlo...¿a qué resultan exquisitas?. Y sencillísimas de elaborar.

Que las disfruten con salud.

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