Ingredientes:
-1/2 kilo de bacalao salado. No tenemos por qué utilizar los bonitos lomos, pero les recomiendo no opten por el que venden ya desmigado. Aunque sea bastante más barato, al final tendremos que tirar lo que preparemos con él. Pueden elegir una de las presentaciones intermedias y así la relación calidad/precio podrá ser recompuesta por nosotros mismos, Además, resulta un derroche gastarse un dinero en las citadas piezas, los lomos, preciadas por su tamaño y forma, cuando sabemos que posteriormente los vamos a desmenuzar con nuestras manos.
- 1/2 kilo (aproximadamente) de harina de trigo común, la que solemos utilizar para freir, no la fina o más indicada para repostería.
- 1/2 litro de agua tibia (aproximadamente)
- Aceite de girasol, para el proceso de la fritura
- ajo, perejil y un sobrecito de levadura. No recomiendo el uso del bicarbonato como sustitutivo de este último elemento porque contribuye al ennegrecimiento de aquello que friamos.
Ponemos en un cuenco mediano casi toda la harina y le echamos una poquita del agua, como la mitad del total, a la vez que vamos removiendo para facilitar que se deslíe en el líquido, poquito a poco, sin dejar de mover, más agua, a buen ritmo. A continuación echamos el bacalao que ya tendremos desalado y posteriormente desmenuzado, el manojo de perejil ya picado y los ajos también cortaditos. Una
pizca de sal apenas. El sobre de levadura. Seguimos moviendo con el tenedor. Aún no hemos terminado de echar toda el agua ni toda la harina. A la vez que movemos vamos sacando el tenedor elevándolo hasta arriba de vez en cuando, observando como se comporta la masa que estamos preparando. En el momento en que, sosteniendo arriba la masa con el tenedor, no caiga un hilo continuo de la misma hasta el mismo cuenco donde la tenemos, o sea, que se "parta" la caida con precisa contundencia, no estará en su punto. Si por casualidad vemos que, habiendo ya terminado de añadir toda la harina y el agua, ese punto no se adquiere, incorporaremos algo más de harina, sin dejar contínuamente, pero lentamente, de envolver con el tenedor. El tiempo que estemos moviéndola es, también, muy importante, pues durante su transcurso, además de conseguir que liguen bien todos los ingredientes, la masa irá adquirirendo un aspecto levemente brillante. El grado de espesor necesario podemos haberlo conseguido en cinco minutos, pero les sugiero sigan moviéndola unos cinco minutitos más, hasta que ante sus ojos aparezca ese matizado brillo del que les hablo.
Una vez que ya observemos que la masa está lista sólo tendremos que taparla y dejarla reposar una media hora, con el fin de dar tiempo a que la levadura actúe. Mientras podemos ir preparando el recipiente, sartén, nunca freidora con rejilla, con el aceite dode las vayamos a freir.
Cuando el aceite esté en su punto (ya saben, sin humear pero bien calentito) y la masa haya reposado esos treinta minutos que les indicaba, podemos empezar a freirlas, de tres en tres por ejemplo, para no volvernos locos con el "estrés". Iremos cogiendo una cucharadita (de las comunes con las que solemos endulzar) de la preparación y depositándola con cuidado en el aceite. En seguida empezará a crecer y a dorarse. Unas vueltecitas para que adquieran un tono uniforme de color y ya estarán listas para extraerlas. Las depositaremos sobre una fuente, cubierta con papel de cocina. Así continuaremos hasta que acabemos con la masa, cuidando siempre de que en la cucharadita que cojamos vaya bacalao.
Calculo que unas treinta pueden obtenerse con la cantidad que les he indicado en los ingredientes.
Resultan una exquisitez, hasta frías al día siguiente, y como pueden observar, no se trata de tortillitas en realidad, sino de
buñuelos de bacalao.
Ustedes se habrán extrañado, y con razón , de la forma en que he abierto esta receta, de una forma tan abrupta, tan a bocajarro, cuando en la mayoría les escribo una introducción la gran parte de las veces demasiado extensa hasta para mi propio gusto. Yo les pido disculpas por esa ausencia de ella en esta ocasión, porque bien podrían decirme que ni tanto ni tan calvo, y yo les doy la razón, ya que
en el término medio suele aparecer la virtud. Lo que sucede es que me he planteado escribírsela de esta forma porque mi ánimo estaba ya predispuesto bajo la influencia del
¿para qué nos vamos andar con rodeos?. Cuando, y ahora llega la verdadera explicación, una lleva dándole vueltas a la forma de introducir esta receta, pues no sé, ustedes lo pueden comprobar, desde el mismo día en que en la fecha del blog aparece publicada, hasta en realidad el mismo día que es hoy, sábado 4 de abril, que le doy a la casilla "publicar entrada", porque, torpe una, aunque me he devanado los sesos, aún no consigo que la
entrada me salte en la fecha real de publicación. Ya hace
"entradas" que me di por vencida, porque aparecer sé que aparece, sino que unas veces me salta la susodicha posibilidad de modificar la fecha de entrada y otras no, con lo cual he decidido prescindir de esa oportunidad que me ofrece el programa del blog, porque días más o menos, ¿qué mas da, no amigos?. Esto no es un diario, aunque algunos consideren el hecho de publicar en un blog como una manifestación de ese tipo. Resultaría altamente contradictorio, escribir un diario en público, pues siempre se ha tenido este ejercicio por un acto más que íntimo y sólo apto para los ojos del que escribe. Aunque pudiera ser que el hecho de esta tecnología, Internet, haya puesto en solfa el estado de esa categoría expresiva, lo cual, pensándolo detenidamente, resultaría al menos desde mi punto de vista, más que interesante, y hasta gratificante. Que algo cuestione, tan sólo con su misma presencia, la estandarización y determinación de las cosas, debo confesárselo, es un hecho que particularmente siempre me inquieta alegremente.
Resumiendo, porque si no sé que puedo no acabar nunca, el caso es que llevo varios días redactando esta receta, lo que supone varias horas en días, pero, ¿pensando en esto, el hecho de redactarla, y lanzarla? ¿cuánto tiempo?pues multipliquen las casi veinticuatro horas de las que se compone un día en cuestión por el número de días que van desde la fecha que acoge a la entrada hasta hoy mismo, así que ya pueden calcular. Demasiado, creo yo.
Creo que por un momento, hasta se me repiten las tortillitas de bacalao, y eso que aún no las he comido este año.
Y es que, la semana santa, apreciados lectores de este blog, es mucha semana santa, sea por lo que sea o para quién sea, por activa o por pasiva, para vivirla, verla o irnos a la playa o al campo, o al mismísimo
KanKún, para seguir trabajando o simplemente asomarte al balcón. Para desbarrar de ella o para vivirla con pasión. Con fé en un dios, en unas imágenes o con fé en el acto de divertirnos, descansar o sosegarnos. El caso es que hagamos lo que hagamos en una u otra dirección no significará más que lo mismo, es decir, que condicionarnos nos condiciona, ya sea para salir huyendo de"los pasos", ya sea para salir huyendo de una ciudad a otra para ver los "otros pasos", ya sea escaparnos para tener unas vacaciones, ya sea para disfrutarla en toda su amplitud. Ya sea para el término medio
que es el por el que opto yo. No me voy. Me quedo en mi casa haciendo lo de todos los días. Eso sí, a partir de media tarde tengo espectáculo garantizado, y es el de ver desde mi terraza balcón a la multitud pasar en busca de las cofradías (dichosas cofradías de dios, todo hay que decirlo). Cuando llegue el viernes santo por la mañana me iré ver la Macarena por la calle Feria, un ratito. Después, el viernes pasa una que veré desde el balcón, el sábado otra, y la última, el domingo de resurrección, que será cuando haga este año las tortillitas de bacalao.
Pero todos ustedes lo saben, en Mayo resultan igual de buenas, y en febrero, no les digo nada... como si quieren realizarlas en vísperas de todos los santos allá por Octubre.
La cuestión es, queridos amigos, y me reitero en la aseveración, que la tal semana santa es demasiada semana santa. Les ofrezco un dato más. Yo, que pensaba incorporarles lo que había escrito en borrador para esta receta durante estos días, me encuentro ahora con que, a pesar de haber tenido exquisito cuidado en ir guardando absolutamente todo lo que iba escribiendo, me falta la mitad. Mi intención era incorporárselo para no desvirtuar el compromiso que con ustedes y conmigo misma contraigo a la hora de redactar este blog, pero los hados no deben hallarse en la compañia de esta entrada, o hasta es posible que se hallen condicionados, también ellos, por la semana santa de dios.
Si de por sí, ya me suponía un conflicto intitular a esta receta, porque como habrán comprobado, no habla de lo que comúnmente se entiende por
tortillitas, es decir una preparación culinaria a la que acompaña el huevo, pero que toda la vida de dios yo he nombrado así, tal como mi nunca olvidada suegra hacía, que fue quien me trasladó el misterio de su preparación, imagínense añadido a él el hecho de no haber podido contar lo que con tan denodado afán ya había conseguido escribir sobre el particular, con el objetivo de poder ofrecérselo.
Para tirarse de los pelos, como comúnmente entendemos. Lo que sucedería es que entonces se me desharía el moño que sí pude "guardar" formando parte de uno de esos fragmentos redactados que les he comentado.
Aquí pueden leerlo, en cursiva:
Verán, una, tiene que reconocer que está a punto de sentirse hasta el mismísmo moño, uno como ése que les muestro, aunque sea en su cara oculta, que tan artísticamente sujeta la bonita peineta de carey más la sutil y delicada mantilla de encaje de chantilly (todo herencia de mi suegra) que me adorna,
de la ... no voy a decir palabras gruesas en público, no correspondería a una señora de mi edad, de la RENOMBRADA semana santa. De verdad, amigos, a punto de írseme el último cabello de tanto hartazgo, y eso, que aún no ha empezado, y eso, amigos, que a mí me gusta. He reflexionado mucho sobre ello. ¿Cómo es posible que te llegue a soliviantar la continuada y reiterada aparición de cualquier cosa que más o menos nos guste o con la que nos sintamos identificados? Y sólo se me ocurre que la desmedida de las cosas es la que puede provocar esta especie de rechazo que una misma la llega a violentar consigo misma. Pero ¿de dónde procede esa desmedida de las cosas?. No puede ser nunca del hecho de que cada vez seamos más en el planeta, ni de que cada momento que pasa la comunicación entre unos y otros sea más posible, porque todos, absolutamente todos tenemos exactamente el mismo derecho a expresar nuestro gustos e inquietudes, anhelos y desapegos, opiniones o simples saludos, porque todos, todos los seres humanos somos exactamente iguales (si nos difrenciamos apenas del genoma de una mosca en un escaso 10% ya me dirán en qué nos podemos diferenciar no ya del vecino de al lado, sino del supuesto habitante de unas antípodas geográficas (tal vez menos aún, por aquello del paralelismo geográfico). Pienso, queridos amigos, que la clave está en ese término tan de moda hoy en día, y que en su concepto superficial puede no llamar a ningún perjuicio, como torpemente hasta ahora he contemplado, pero que una vez pensado comprendo bien a qué se refieren cuando se manifiestan algunas personas contra él. La globalización, a simple vista, tiene una vertiente muy positiva, todas la conocemos, es la multiplicación de posibilidad en el hecho intercomunicador humano. Pero claro está, como todo lo que hacemos los seres humanos, puede írsenos de las manos, y es, creo, a lo que se refieren cuando se manifiestan contra él. Se pierden los perfiles, o mejor los matices en todo proceso generalizador, y creo que este es el fondo de la cuestión. Todos conocemos la expresión "la riqueza está en los matices". Algunos usan esta aseveración para sustantivar y justificar un proceso diferenciador, creo que manipulando la expresión. Yo, me quedo con otra interpretación y es la que les expongo, con su permiso. En los matices es donde únicamente podemos encontrar la esencia de las cosas, su sentido, aunque parezca un contrasentido. Si no aparecen matices a la vista, el velo global oculta la esencialidad, pero no como podría suponerse para un observador externo a esa globalidad (¿quién podría serlo?) sino para el propio individuo inmerso en ella, que es quien, también únicamente, es capaz de dar sentido las cosas, acto con el cual posibilita la creación de los mencionados matices . De tal forma que sus actuaciones, sus gustos, apetencias e incluso frustaciones irán careciendo cada vez más del beneficio que otorga la mirada sobre el trasfondo de las cuestiones, con lo cual llega un momento en que ni sabe por qué hace las cosas, sólo se deja llevar por una riada continua, sin ser, lo que resulta gravemente perjudicial para el empeño de la conservación del sentido, consciente de ello mismo. Ésta que le suscribe con este mismo acto es ejemplo de ello mismo. Porque, ¿por qué debo andar valorando el hecho de hablar sobre una receta típica de la semana santa cuando toda la vida de dios la he realizado llegando estos días? Tengo mi propia respuesta, aunque me encantaría me dieran la suya particular, pero claro, para ello tendrían que hacer "suya" la misma pregunta. La mía, respuesta, es que sucede que a base de la repetición compulsiva de un mismo acto (la semana santa en este caso, aludamos a lo que aludamos con esa expresión ( vacaciones, celebraciones culturales y/ o religiosas...), a base de la repetición de ese nombre que favorece el hecho de la cada vez más posible intercomunicación entre todos, la semana santa individual ha terminado por perder concepto. Así que llega el momento en que podemos contemplar las puertas de determinadas iglesias sevillanas abatorradas de... simplemente sevillanos, locos por ver el paso que aún ni está terminado de preparar, dos semanas antes de que empiece la susodicha celebración, como el domingo pasado pude contemplar. Mi pregunta interior en ese momento fue, ¿qué van a dejar para el domingo de ramos?
Si la valoración individual del concepto deja de tener fondo o esencialidad, nos encontramos con las susodichas riadas continuas del "déjome llevar que me encanta" sin saber muy bien qué es lo que me encanta, y sin siquiera realmente poder apreciar si nos encanta o no.
Así que según mi punto de vista no es el factor multiplicador en la información lo que nos hace perder de vista esa riqueza de matices que conceptúa determinada esencia, sino más bien, lo contrario. Es la comodidad, el afán "repantingador" ( ya me disculparán el vocablo que me acabo de inventar) que impregna a nuestras mentes cuando se siente acompañada por las de millones más la que nos hace relegar a un último, y acaso inexistente, plano para nuestro ojos el factor de la esencialidad, creyendo equivocadamente que por mucho "nombrarla" está ya consignada...
De tal forma que los que, de una u otra forma nos sentimos identificados con cualquier u otra manifestación terminamos por aborrecerla o hartarnos de ella, cuando en realidad deberíamos pensar que de lo que nos hartamos es de la contemplación de la tendencia uniformante que la presbicia nos favorece.
Dejan de saber leer.
Y entonces "decido" que no me gusta el libro.
Resulta muy dificil amarrarse a una propiedad que no es de uso exlusivo porque con ello puede llegar la apropiación indebida de la misma por un particular. Pero, ¿qué se puede hacer cuando esa propiedad comunitaria ha dejado de ser realizada o vivida con sentido de lo que es?. Ustedes sé que me entenderan, amigos, cuando les exponga que lo que considero más sensato es abandonarla.
Pero ese abandono resultaría también un abandono de nuestro propio gusto, es decir, una contradicción con nosotros mismos. Por lo que creo, que en última instancia sólo nos queda la posibilidad de renombrarla en nuestro interior, a nuestra forma y en nuestra intimidad, con lo que sin querer conseguimos ir dándole un sentido a lo que ya parecía no tenerlo. Como más o menos hago con la semana santa de Sevilla, antes, con mi marido, yéndonos al campo por estos días, ahora quedándome en mi casa muy a gusto, ya que encima tengo la suerte de poder contemplar algo desde mi balcón. Y eso sí, no me pierdo a la Macarena por la calle Feria por la mañana. Así vuelvo a nombrar una semana santa con mi propia lengua, que creo, si ustedes me permiten la presunción, no ha perdido el concepto que mantiene al signo.
Y resulta, amigos, que ya hoy, como el tipo de letra que incorpore denota, estoy más que de acuerdo con lo dicho por una conocida (por mí) poeta, de la cual no puedo ofrecerles el nombre porque no lo recuerdo ahora mismo (ella sabrá disculparme tan indisculpable olvido, porque como poeta sabrá que los hados y las musas existen, los condicionamientos, las rebeldías, las frustraciones y hasta las mismísimas perseverancias y, cómo no, los olvidos).
Decía, o dice, que aún no ha muerto, creo, lo que le llevó a pensar así:
No quiero nombrar a las cosas
porque entonces la realidad me encuentra,
y soy yo quien necesita hallarla a ella.
Cuestión de egos o voluntades, imagino, pero que hoy y en este mismo instante comparto con toda la vehemencia afirmativa de la que soy posible. Porque como ustedes mismos comprobarán, cuando a una se le pone en el moño hacer algo y contempla cómo todo, absolutamente todo, desde la misma "ella" se le pone en contra, no puede por menos que echarle la culpa a lo primero que tiene a mano siendo como es una cosa, es decir, no una persona con pies y cabeza, sino un fenómeno que para bien o mal, consigue condicionar hasta uno de los más humanos y preclaros ejercicios como es el de NOMBRAR. Es decir, dar carta de naturaleza a lo que se desea, pretende, o simplemente, particularizar, hacer "nuestro", para así poder hacer factible el entendimiento de unos con otros, o de uno consigo mismo, tanto da.
En fin, amigos, yo espero que sepan disculpar esta entrada algo atípica y que logren olvidarse de su riada verbal cuando se aten el delantal para disponerse a preparar mis afamadas tortillitas de bacalao, porque eso sí, a pesar de todos los desvaríos, condicionamientos y demás zarandajas que el propio acto de vivir unos con otros nos produzca, les garantizo que de verdad merece la pena realizarlas.
El bicarbonato que eludimos incorporar al listado de ingredientes, pueden usarlo para aliviar una posible mala digestión de estos mis queridos buñuelos de bacalao, aunque ahora, ya más certeramente, les garantizo que no lo necesitarán.
Son buenas, gustosas, nutritivas y si las hacen como yo les aconsejo, les aseguro que ligeras de digerir. No hay mal que por bien no venga. Hemos desnombrado para prevenir malas digestiones, lo cual creo siempre resulta más conveniente que encarcelar (limitar, determinar) que según algunas mentes es para lo único que sirven las palabras, para luego no encontrarnos con que ni siquiera podemos digerir.
El próximo día, d. m., prepararemos unas buenas albóndigas de carne, porque sinceramente, y eso que no soy muy carnívora, estoy deseando variar de animalito que nos nutra.
Y es que los seres humanos somos voraces, a veces pienso que hasta con nuestras propias entenderas.
Disfrútenlas, queridos amigos, que las comeduras de artes culinarias siempre resultan más satisfactorias que "las otras".
¿O no?
¡Ah!, sí, se me olvidaba. Esta receta, es "mi" receta por excelencia, amigos. Mi especialidad, en la que me consideran "reina".
Para mayor "inri", o tal vez por ello mismo. Cuestión de "cruces", o tal vez de "coronas"...
Que disfruten estos días, sea como sea que los nombren. ¡Ave, amigos!